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jueves, 4 de julio de 2013

Las bondades y miserias del ajedrez 3

Hoy cambio de tercio, si en el anterior articulo os contaba las bondades del ajedrez, en este vuelvo a mi tono más dramático. Pero no lo voy a contar con mis palabras, sino con las mas autorizadas de Paul Auster y J. M. Coetzeer que fueron publicadas en el estupendo blog de ABC "Jugar con cabeza" de Federico Marín Bellón, del os extraigo lo más interesante, desde mi punto de vista, quien lo quiera leer completo aquí os dejo el enlace.
Estos dos gigantes de las letras, han tenido a bien publicar la correspondencia que mantuvieron entre 2008 y 2011. En un momento dado, ambos hablan del ajedrez, un juego al que se sintieron irresistiblemente atraídos y del que acabaron huyendo, por ser, sentencia Auster, «el juego más obsesivo que ha inventado el hombre, el más perjudicial para la mente».
Mueve primero Coetzee, cuando cuenta un episodio de juventud. Hizo el viaje en barco, en una travesía que duraba cinco días, lo que le dio tiempo a participar en un pequeño torneo de ajedrez. Llegó a la final, contra un estudiante alemán. La partida, que empezó a medianoche, era apasionante. «Al amanecer seguíamos encorvados a ambos lados del tablero». «A Robert le quedaba una pieza más, pero yo estaba convencido de tener la ventaja táctica». El alemán ofreció tablas y Coetzee aceptó. El resultado parecía justo, pero un pequeño diablo había anidado en la mente del escritor. «El ánimo de la partida se resistía a abandonarme, un estado de excitación cerebral, febril y ligeramente enfermo, como una inflamación real del cerebro. Mi entorno no me interesaba. Algo no paraba de zumbarme dentro». En el viaje posterior a Austin, en autobús, su único pensamiento era quedarse solo para poder repetir la partida y comprobar si había hecho bien al conceder las tablas o si, como temía, podía haber ganado en unos pocos movimientos. Coetzee ni siquiera recuerda si el viaje por carretera duró dos o tres días. En sus primeros momentos en el nuevo mundo, en lugar de disfrutarlo, «estaba enloquecido de furia», «era el loco de la última fila del autobús».
Desde entonces, aborreció la competición y cualquier interés en derrotar a otra persona. Aquella «espantosa exultación», añade, le ha inmunizado para siempre «contra el deseo de ser el ganador». No volvió a jugar al ajedrez.
La respuesta de Paul Auster no es menos sorprendente. Cuenta que también tuvo una época en la que ese juego le absorbía. «Al cabo de un tiempo me encontré con que tenía pesadillas por la noche sobre movimientos de fichas (sic, cosas de la traducción)… y decidí que debía dejar de jugar si no quería volverme loco».
A mi sólo me queda añadir ¿A vosotros nos ha pasado alguna vez lo mismo?
Los que amamos y padecemos el ajedrez lo solucionamoso rápido; o tomando una cerveza como Ivanchuk o volviendo a echar otra partida, a partida nueva, vida nueva. Aunque la mala noche no nos la quita nadie.  Y ahora un vídeo sobre el torneo Internacional de ajedrez celebrado en Oviedo (España) en 1992. Leontxo García nos narra los entresijos del mundillo ajedrecístico.
 

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