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miércoles, 20 de junio de 2012

¡Gracias Bruce, por dejarme tocar el cielo!


Hay cosas que sabes que volverás a hacer o ver con suerte tres o cuatro veces más en la vida. O ninguna. Antes de iniciar el viaje a Madrid me preguntaba si iba a merecer la pena el mismo, más de 1300 kilómetros de viaje, la ida el domingo y la vuelta el lunes, pedir un día en el trabajo, las entradas, nada baratas, la gasolina, el hotel, no poder ir a jugar a Chantada, etc. Pero ya, al final del concierto, alrededor de la una y media de la madrugada, uno ya sabia que había asistido a un concierto mítico, del personaje más carismático del rock, y viendo las críticas, así lo confirmo. A mi siempre me había gustado "El Boss" pero de ahí a ser un acólito del mismo, hay un abismo. Conozco y me gustan sus temas míticos, pero no soy un bossmaniaco. Asistir en directo a un concierto suyo es un espectáculo cuasi religioso, tanto por parte del jefe, como de sus seguidores. 
A eso de las ocho de la noche ingresé en el también mítico, Santiago Bernabéu - estreno para un servidor, y contemplar el desfile de springstinianos impresiona, tanto desde fuera como desde dentro.  Una temperatura que no bajaba de los 30 grados y que presagiaba una suerte de infierno, pero con un regusto agradable.Vuelta por el estadio, coqueto e impresionante, y es en estos paseos cuando uno se empieza a dar cuenta que está ante un acontecimiento especial. Gente de todas las edades y de todas las condiciones, señores que podrían ser mis padres o madres, y niños que podrían ser mis hijos, me confirman que estamos ante un hito intergeneracional. Tipos tatuados hasta en sus mas íntimos confines, padres con sus hijos, todos portando camisetas con referencias a Springsteen, a su banda o sus giras, personas de todas las regiones de este país y también gente de otros países, especialmente de habla inglesa y como no, algún que otro americano con banderita yanqui incluida, tipos trajeados como si fueran a una boda, en los palcos VIP,  famosos y famosetes, hasta otros que no pararon de fumar porros en las casi cuatro horas que duró el concierto. La espera en la pista del estadio también es como para tomarse el pulso. Había una emoción contenida, una espera nerviosa y gran espectación ante algo grande, que sabes que va a suceder y que deseas que sea cuanto antes.Y mientras la gente a divertirse haciendo la ola. Y a eso de las nueve y media sale la banda desde un lateral del estadio, en escrupulosa fila india, van entrando entre aplausos y vítores. Primero los coros, (buenísimos) después el viento y la percusión (sensacionales) donde destaca y es aplaudido el sobrino del gran Clarence Clemons, y ya la gente se empieza a animar cuando se presentan el batería Max Weinberg (incombustible y para mi el mejor de la banda) después el guitarrista Nils Lofgren y finalmente el otro guitarrista Steven Van Zandt (Little Stevie) con su peculiar trapo negro en la cabeza. Estaba claro que el público estaba entregado antes de empezar y eso prometía. !Que si prometía¡
Pero a las 21.35, cuando Springsteen entró en el estadio con su habitual vestimenta oscura  y su conocida pose con la guitarra, este se derrumbó, la pasión religiosa de sus fans dio a entender que los que estábamos allí necesitábamos algo grande y "El Boss" no nos defraudó.
Cuando Springsteen salió al escenario, a través de las pantallas se podía ver la imagen de un sexagenario, casi cuatro horas después los viejos éramos los allí presentes, a los que nos costaba seguir el ritmo de aquel tipo que, en todo momento no paro de tocar, bailar y que no se tomó ni un respiro. No dejó de sonreír ni un solo momento y, una vez más, parecía que era, al mismo tiempo, el primer y último concierto que iba a dar en su vida. Muchos pagaríamos por ser él un solo minuto. No por la fama, la adoración del público y la erótica del escenario, que también, sino porque daba la sensación de estar disfrutando tanto con su profesión (casi cuarenta  años de carrera) que uno se hace una idea de la felicidad bastante cercana a lo que puede vivir él en esos momentos. Todo ser humano debería tener derecho a ver al menos una vez en su vida una canción de Springsteen en directo. Entienda o no el inglés, le llegará algo que no está en las letras ni en la música, pero que le hará sentir mejor. Nadie sabe lo que es, no se puede definir y mucho menos envasar, pero él lo tiene. En fin un concierto para contar a mis nietos, aunque otros lo vivían en directo con los suyos. Información en parte extraída de algunas criticas. Y ahora el electrizante inicio del concierto 9 minutos de puro fervor y devoción.
 

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